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Crónica de un abuso sexual

Esta crónica es un caso real. Para la protagonista dar su testimonio es dar un paso hacia la aceptación de que no fue culpable de lo que le paso. Piensa que de esta manera muchas mujeres también lo harán.

La joven que soñaba con un fuentón azul

María se sentó frente a mí. Me dio un mate acompañado de una sonrisa cerrada y sincera. Me llamó la atención el mate, no era el de lata azul con el que siempre me cebaba. Era gris por fuera y por dentro de madera. Le pregunté si era nuevo, me dijo que sí. Después, charlamos sobre la nuestros respectivos pueblos.

La miré. Ella es flaca, mide un poco menos de un metro sesenta de estatura, tiene 26 años, es muy coqueta. Usa pantalones apretados, remeras de modal y botas -en verano sandalias-. Es una forma de olvidarse de la pobreza de su niñez, según reconoce ella misma. Siempre usa maquillaje, y lo costea vendiendo productos de Avon. Del resto de los gastos para sostener la vida, se hace cargo su novio, mientras ella se dedica exclusivamente a estudiar Derecho.

Las dos nacimos en la misma zona, ella es originaria de El Bolsón y yo de Lago Puelo. Así que pasamos un tiempo charlando sobre lo lindo que había sido crecer por allí, mientras el hielo se iba rompiendo y de a poco nos adentrábamos al tema que me llevo esa noche a su casa. “Su tema” diría María. Pero, antes me hizo jurarle que no le diría a nadie su verdadera identidad y que nadie más escucharía lo que mi mp3 iba a registrar.

Ella creció en El Bolsón. Esta ciudad se encuentra en un valle rodeado de árboles, arroyos y ríos. Su casa queda cerca del río Quemquemtreu.. Ella y sus hermanos bajaban a jugar a la costa. Los llevaba un caminito que quedaba detrás de su casa. Sus hermanos chiflaban a los vecinos de su edad y uno que otro se iba prendiendo para jugar al lado del río.

Ese recuerdo se extiende hasta la adolescencia. De vez en cuando se iban a Puelo, a la pasarela o la playita. A ella le gustaba la pasarela. Podía ver el gran puente cruzar de un lado al otro al río Azul. Era largo y angosto. Desde arriba se podía ver las aguas azules. Le daba miedo caerse y ahogarse. Sus hermanos, en cambio, se tiraban desde arriba cuando lograban escapar de la vista de los inspectores de Defensa Civil. Sus cuerpos caían a toda velocidad por los casi cincos metros que separan al puente del agua, y segundos después aparecían en la superficie.

En 2004, con veinte años recién cumplidos decidió venirse a Comodoro. Tenía referencias de que era un lugar donde podía estudiar o trabajar y quería irse de su casa. Antes de viajar tuvo que decírselo a su mamá, cuya opinión era la única que le importaba. La de los demás le era indiferente, la gente siempre tiraba mala leche cuando alguien quería emprender algo.

Estaban haciendo tortas fritas en su casa. La mamá tenía la mesa de madera llena de masa cortada en pequeños cuadrados y la grasa comenzaba a chiflar. Fue cuando María se decidió a decírselo:

-Mamá, me quiero ir a Comodoro a ver si puedo conseguir algún laburo.

Sintió liberar el aire.

-¿Qué? ¿Pero cómo vas a hacer? ¿Cuándo lo pensaste? ¿Estás segura?- preguntó rápidamente su mamá con el cuchillo en la mano.

– Má no te desesperes. Tengo plata ahorrada del verano, cuando trabajé vendiendo las birras en el puesto de la feria. Allá vive la Miriam, me hace el aguante un tiempo.

-¡ay hija!.. ¿Estás segura? ¿Pero por qué te querés ir?- insistió

– y má… No hay trabajo acá y no quiero conocer otros lugares. Que se yo…

Miró la cocina, vió que salía humo de la grasa y se levantó a bajar el fuego al mínimo.

Una semana después estaba su mamá despidiéndose de ella en la terminal. Su papá no fue porque estaba trabajando en una construcción. De sus hermanos ya se había despedido. Una mezcla de angustia y alegría la inundó cuando se sentó en la butaca. Los ojos llenos de lágrimas. Pero, no quiso llorar mucho, le daba vergüenza. La pena más grande era por dejar a su mamá, que era quien la comprendía.

Llegó a Comodoro a casa de su prima Miriam. Vivió ahí dos meses hasta que se pudo mudar. Era verdad que en Comodoro había trabajo. En un mes, por intermedio de Miriam consiguió trabajar en un una casa del barrio Pueyrredon. Limpiaba y planchaba ropa, por lo que le pagaban $700 pesos. Con ese dinero se fue a alquilar a una pensión de mujeres una cama por $350.

María nunca fue una mujer conformista sabía que ese trabajo sería por un tiempo. Además, no quería compartir la pieza; era un quilombo. Dos por tres cambiaba de compañera. Ella supo llevarse bien con la dueña de la pensión. Doña Inés siempre le llevaba un pedazo de torta o tortas fritas. Eso le hacía acordar a su mamá, a quien visitaba con poca frecuencia.

En junio del 2005 cambió de trabajo. Empezó a trabajar en una tienda de ropa. Ahí lo conoció a Andrés. Buscaba una remerita para su hermana. Estuvo un año ahí, hasta que se juntó con el joven que le había mentido-la remerita no era para su hermano- y después la enamoró. Él trabaja en una empresa de servicios a terceros y gana bien; así que pudo pedir un préstamo y comprarse una casa en el barrio Newbery.

Y es ahí donde vive hoy María, que sabe resumir muy bien su historia. Tiene esa capacidad, la de resumir bien las cosas además de hablar mucho y moverse constantemente.

Le dije gracias por los mates. Ya me dolía la panza y sentía acidez. Se rió y me preguntó si quería tomar birra. “No, gracias”, contesté y me reí. “Sino no puedo registrar todo lo que me decís”. Se volvió a reír, y yo también. Era un esfuerzo decirle no a una birra.

Hace un año comenzó a ir al psicólogo, y aquí llegamos a su tema. Muy fácil de decir pero, muy incomodo. Fácil porque ella tiene la habilidad de decir las cosas claras para que la entiendas bien, e incomodo por lo qué tenía en ese momento para decir. Aunque haya insistido en decirme así no más las cosas, algo que no fue necesario.

Muchas noches tenía un sueño recurrente: se bañaba en un fuenton azul. La explicación que le encontraba era que su mamá la bañaba en una gran palangana azul cuando era chica porque su papa estaba arreglando el baño. Pero, no se explicaba la recurrencia. En realidad, no se la quería explicar. Y es en parte por lo que decidió atenderse con un psicoanalista.

Una amiga le dio el teléfono de la escuela de psicólogos. Estuvo dudando un par de semanas hasta que su novio la convenció de llamar. Cuando lo hizo se encontró con una vos de mujer, bastante cálida que le dio posibilidades: ¿querés que sea hombre o mujer? ¿Joven o más adulto? Le pareció gracioso que le dieran opciones y se limitó a decir que deseaba que la atendiera alguien joven.

Entró a la oficina en que atendía José, su psicólogo. Estaba sola y nerviosa. Camino despacio por la alfombra. Era lindo el lugar, cómodo. Estaba pintado de un color salmón oscuro, habían pequeños cuadros colgados –en su mayoría dibujos de caras de personas- y detrás del escritorio se encontraba un gran ventanal cubierto de cortinas claras que dejaban entrar la luz del sol. Miró al costado y vio un sillón y una silla al lado. “El famoso sillón de las películas”, pensó.

-Hola José – una voz tímida y fina salió de su boca.

-hola María sentate….- Dijo José señalando con la mano la silla que estaba frente al escritorio.

La joven se sentó. Miles de cosas cruzaron por su cabeza. Primero, el olor de su perfume de cítricos. Le gustaba comerlos y olerlos, por eso siempre compraba perfumes con ese olor. Después, pensó en todos esos recuerdos, quería contárselos rápido y que le dijeran si era verdad o fantasias. ¿Podría?

-Contame que te trae por acá…- escuchó de repente.

– Uy, me colgué… perdón. Bueno, es que quiero saber si es cierto o no algo que tengo en la cabeza.

Comenzó a refregar las dos manos totalmente frías. Lo miró a los ojos. No decía nada. ¿Por qué no decía nada? Bueno tenía que decírselo. Después de todo, a eso venia: a hablar.

Estaba abrazada a su hermano mayor. Siempre la consentía en todo. Lo re quería. Él le hacía mimos, le regalaba caramelos y billetes para el kiosco. Eso le gustaba. Le daba billetes, no monedas. De un momento a otro siente que está arriba de ella. El recuerdo se nubla. Y vuelve cuando la esta bañando en una fuentón azul y después la seca. “No digas nada”, le dijó. Ella contesto que no. Tenía ocho o nueve años. No lo sabe con exactitud. Él tenía diecisiete o dieciocho.

Después, hay otro. El peor, el que la hace sentir más culpable. La nena lo busca, quiere más. Lo que sea que le haya hecho, le gustó. Sabe de una manera u otra que está mal, pero le gusta. También, es consciente que no hay nadie en la casa. Se lo dice, está arriba de ella, lo escucha agitado.

-Quiero saber si eso es verdad o es producto de mi imaginación… lo que pasa es que con el nos llevamos mal. Nunca lo quise. Siempre nos peleamos. No sé si es verdad. Para mi es producto de mi imaginación. Se fue de mi casa. Está casado. No tiene hijos. Mi cuñada es un amor. Re buena. Él trata re mal a mi papá. Siempre se pelean y en el medio queda mi vieja. ¡Qué bronca que me da! Creo que todo ese odio pudo haber construido eso en cabeza. Es morboso.

La sesión continúo. Ella le siguió relatando cosas de su vida. Una mala experiencia sexual borracha. Que supuestamente había sido su primera vez. Vio manchas en su bombacha. Y esa era su duda ¿había perdido así la virginidad? ¿O se la habían sacado cuando era una nena? Cualquiera de las dos posibilidades le da vergüenza.

Ella había forjado como una doble personalidad. Era tímida y a la vez hablaba mucho. Pero eso le pasaba con las personas que no conocía. Hablaba más que con las que conocía. Eso también se lo dijo al psicólogo. También le habló de cosas que le habían causado humillación. Las zapatillas rotas. Esa era la peor. La de no tener amigos, solo compañeros secundaria porque no tomaba y eso la alejaba de los demás. Además, no la dejaban salir. Eso era peor.

Por eso, fue que juntó dinero y quiso irse. No hacía nada en su pueblo. Ni siquiera novio tenía. Solo un amigo que en pedo se aprovechó de ella y después se borró. Irse del Bolsón era lo mejor, y así fue. Pero los temores no se fueron. Por suerte, conoció a personas buenas y a Andrés, que la ayudaron.

En medio año de tratamiento, confirmó sus sospechas. Había sido abusada sexualmente. Tardó un par de meses más en explicarse porqué se sentía culpable de eso y por qué lo había mantenido encerrado sobre su cabeza. Eso era lo que más la atormentaba. La culpa que sentía era porque le había gustado y lo había vuelto a buscar.

En realidad, lo que entendió es que esa culpa estaba mal, en el sentido de que ella no es la culpable de lo que pasó. Era una nena a quien le hicieron sentir algo y le gustó. El tema era la edad. En las leyes es considerado delito porque un menor no sabe discernir si está bien o mal lo que hace. No piensa que debe aprender otras cosas antes de llegar al sexo y que debe quemar otras etapas. El culpable sí sabe lo que hace. La culpa no era de ella, sino de él.

María bostezó, y de esa forma anunció el final del su relato. Me preguntó si tenía hambre, y contesté que algo. Se levantó, fue a la cocina y sacó de la heladera unas hamburguesas. Pensé en ese momento si no querría seguir hablando y la comida era una excusa para no hacerlo; o era solo que tenía hambre.

Levanté el mp3 que seguía grabando, ya llevábamos una hora. Mis interrupciones para entender que pasó deben haber ocupado la mitad de lo grabado, Concluí. Sentía el chillido de las hamburguesas. El agua correr. Me perdí en un recuerdo de días atrás cuando fui a visitar a una amiga, y tenía la revista Cosmopolitan del mes de agosto en la mesa. Siempre la gasté por eso. Me burlaba de lo que leía. Pero, esta esa vez encontré un artículo interesante.

La nota trataba sobre abuso sexual. Había dos relatos. El que más se me quedó fue el de la niña de diez años que había sido abusada por el abuelo. La conclusión era que los casos de abuso sexual intrafamiliar eran cada vez más frecuentes. Y que la tendencia descubierta era que la mayoría eran perpetrados por algún familiar, o ser querido.

Se lo comenté a María mientras servía en los platos dos hamburguesas para cada una. “El mundo está cada vez peor”, me dijo tranquilamente. Esa mujer me inspiraba respeto. Le habían jodido la vida pero siguió adelante. Pensar eso me llevó a otra pregunta: “¿Cuántas mujeres en el mundo, y en Comodoro fueron o están siendo abusadas sexualmente y por miedo callan? También por vergüenza como la flaca que está sentada al frente mío.

“Noe, ¿Miramos una peli?. No sé que más te puedo decir. Escribí y después me mostrás. Así te digo si está bien o no, ¿dale?”, me preguntó con el seño fruncido.

–          Jajá. Si nena todo bien. Tenes un pedacito de carne en los dientes- le digo riéndome y me anime a la otra pregunta-¿Che, y del aborto que pensas?-

-A favor. Cada mujer tiene que elgir que hacer con su propio cuerpo- contestó con otra calida sonrisa.